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lunes, 16 de diciembre de 2013

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Edelf


Hubo un tiempo en que no dibujé casi nada. Fueron tres o cuatro años. No sabría decir porqué. Por esa época se me daba más la literatura, la poesía, la filosofía y la teoría política. Leía mucho, escribía otro tanto (incluso tengo una novela pobrísima ambientada en los años de la Triple A sin terminar). Dibujar dibujaba muy de vez en cuando. Pero, allá a principios de los 2000, la cosa cambió, no sé si de forma definitiva, pero cambió. Hubieron dos tipitos, dos historietistas que marcaron mi regreso al dibujo más o menos sistemático. El primero de ellos fue Liniers, con su Bonjour. Más tarde, por el 2004, llegó Pablo Holmberg, el Señor del Kiosko. Si bien ya había empezado a dibujar otra vez hacía rato, en éste último, con el tiempo, encontré una manera de decir que me voló la peluca y me convenció de que dibujar era una buena cosa. Quizás porque venía de tiempos de mucha filosofía, de mucha poesía. Y en Kioskerman hay demasiado de eso. En apenas cuatro cuadritos te tira por la cabeza, casi siempre, todo un concepto que trasciende la mera historieta, todo un planteo filosófico, toda una poética. Así, sin grandes y complicados sistemas de pensamiento, sencillito y al pie (haciendo, incluso, uso de ciertos clichés, retorciéndolos a gusto); no hay manera de no quedarse pensando o sintiendo. Kioskerman me resulta una suerte de imán precisamente por eso: por la sencillez con la que aborda cuestiones que a más de uno nos costaría resolver sin apelar a largos y embrollados textos. Y, también, por la alegre melancolía que rodea a sus historietas: pese a lo que se diga, Edén es todo un ensayo sobre la melancolía, sobre la nostalgia. O al menos a mí me lo parece. Pero su melancolía no es de tango, sino que está anclada en cierta esperanza, en cierta alegría. Pablo hace de la melancolía una atmósfera de carnaval. Y eso me gusta. Me gusta porque así concibo a la melancolía, a la nostalgia. O así quisiera vivirla. En el Edén, vamos.
La cosa es que sin Kioskerman quizás hubiese vuelto a abandonar el dibujo. Y esta tira pretende ser una suerte de agradecimiento al muchacho que vende caramelos. Sé que a él le gusta Kochalka y su American Elf, al que tiene entre sus tiras predilectas de todos los tiempos; por tal razón decidí incluirlo, junto a parte de su estética. Sé, también, que Anders Nielsen y su The End le dejó una marca profunda y hasta le escribió una carta pública, por eso en la elección del tema (que, a su vez, me toca de cerca) de alguna manera está presente.
El dibujo y el texto de la tira no están buenos, el resultado no es el que hubiera querido, pero, bueh, es lo que me salió. Ya lo dije antes: tengo que aprender a dibujar y a hacer historieta…


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